Heridas emocionales de la infancia: qué son y cómo nos marcan en la vida adulta
Las heridas emocionales de la infancia pueden acompañarnos sin darnos cuenta y afectar la forma en que pensamos, sentimos y nos relacionamos. Descubre cuáles son y cómo empezar a sanarlas desde la psicología.
10/14/20254 min read


¿Alguna vez te has preguntado por qué reaccionas de cierta forma en tus relaciones, por qué te cuesta poner límites o por qué sientes miedo al rechazo o a no ser suficiente? Muchas veces, la respuesta no está en el presente… sino en el pasado.
La infancia no solo deja recuerdos: también deja huellas emocionales que, si no se reconocen y se trabajan, pueden transformarse en heridas que condicionan nuestra vida adulta.
Estas heridas no son culpa de nadie, pero sí son responsabilidad nuestra sanarlas.
En este artículo te cuento qué son las heridas emocionales de la infancia, cómo se originan, cuáles son las más comunes y de qué manera pueden influir en tu forma de pensar, sentir y relacionarte.
¿Qué son las heridas emocionales de la infancia?
Las heridas emocionales son experiencias dolorosas o carencias afectivas vividas en los primeros años de vida, que dejan una marca profunda en la manera en que construimos nuestra identidad y nuestras relaciones.
No siempre se originan en grandes traumas. A veces surgen de situaciones cotidianas: sentirse poco escuchado, no recibir afecto, haber sido comparado, criticado o invalidado.
Para un niño o niña, que depende totalmente del cariño y la aceptación de sus figuras de referencia, esas experiencias se viven como algo enorme.
Desde la psicología sabemos que estas heridas no se borran con el tiempo, sino que permanecen activas en la memoria emocional. De adultos, se reactivan ante situaciones que nos hacen sentir algo parecido a lo que vivimos entonces: rechazo, abandono, humillación o miedo.
Las heridas emocionales más comunes
Aunque cada persona es única, hay cinco heridas emocionales que se repiten con frecuencia. Te las explico de manera sencilla:
1. Herida de rechazo
Surge cuando el niño siente que no es deseado o aceptado tal como es. Puede venir de padres muy exigentes, críticos o poco afectivos.
En la vida adulta, puede generar miedo a ser rechazado, necesidad constante de aprobación o dificultad para mostrarse auténtico.
2. Herida de abandono
Aparece cuando el niño percibe falta de atención, afecto o presencia emocional. No siempre es abandono físico; a veces los padres estaban, pero emocionalmente ausentes.
En la adultez, puede manifestarse como dependencia emocional, miedo a la soledad o apego excesivo en las relaciones.
3. Herida de humillación
Se da cuando el niño se siente avergonzado, ridiculizado o criticado por expresar sus emociones o necesidades.
De adulto, puede llevar a baja autoestima, culpa excesiva y tendencia a complacer a los demás.
4. Herida de traición
Surge cuando las figuras de confianza no cumplen sus promesas o rompen la lealtad.
En la adultez, puede generar dificultad para confiar, celos, control o miedo a la decepción.
5. Herida de injusticia
Aparece cuando el niño siente que lo tratan con rigidez, frialdad o falta de equidad.
De adulto, suele provocar autoexigencia extrema, perfeccionismo y dificultad para mostrar vulnerabilidad.
Cómo influyen en la vida adulta
Estas heridas no se quedan en la infancia: se infiltran en nuestra forma de pensar, sentir y relacionarnos.
Podemos vivir durante años sin darnos cuenta de que muchas de nuestras reacciones actuales vienen de ahí.
Algunos ejemplos claros:
Relaciones de pareja: temer al abandono o al rechazo puede hacernos elegir vínculos donde repetimos el mismo patrón una y otra vez.
Autoestima: si crecimos sintiendo que no éramos suficientes, es probable que de adultos nos tratemos con el mismo juicio interno.
Toma de decisiones: la herida de injusticia o de traición puede hacernos hipercontroladores, incapaces de delegar o de confiar.
Gestión emocional: la herida de humillación o de rechazo puede llevarnos a reprimir emociones o a evitar mostrar debilidad.
En resumen, las heridas de la infancia actúan como lentes a través de los cuales interpretamos la realidad. No vemos las cosas como son, sino como aprendimos a percibirlas para protegernos.
Cómo empezar a sanar las heridas emocionales
La buena noticia es que sí se pueden sanar. No se trata de borrar el pasado, sino de entenderlo, darle sentido y aprender a cuidarnos de una forma nueva. Aquí te dejo algunas claves desde la psicología:
1. Reconoce tu herida
El primer paso es identificarla. Pregúntate:
¿Qué situaciones actuales me hacen reaccionar con una intensidad que no entiendo?
¿Qué emoción se repite en mis relaciones o conflictos?
Esa emoción suele señalar la herida.
2. Valida lo que sentiste
No minimices lo que viviste. Lo que para otros pudo parecer pequeño, para ti pudo ser muy grande. Darte permiso para sentir dolor, rabia o tristeza es parte esencial del proceso.
3. Reeduca tu diálogo interno
Las heridas suelen dejar una voz interna crítica o dura. Empieza a reemplazarla por una más compasiva. Pregúntate:
¿Qué necesita escuchar mi “yo niño” en este momento?
¿Qué puedo decirme para acompañarme mejor?
4. Aprende a poner límites
Sanar implica dejar de repetir lo que nos dañó. Decir “no”, elegir relaciones sanas y respetar tus necesidades es una forma de autocuidado profundo.
5. Busca apoyo terapéutico
Trabajar estas heridas en terapia permite identificarlas con claridad y aprender herramientas para integrarlas. No es un proceso rápido, pero sí transformador.
En conclusión, las heridas emocionales de la infancia no nos definen, pero sí nos condicionan… hasta que decidimos mirarlas de frente. Sanarlas no es culpar al pasado, sino entendernos con más profundidad para dejar de repetir viejos patrones y construir una vida más libre y consciente.
Cada paso hacia la sanación es un acto de amor propio. Porque cuidar a tu “yo adulto” también implica abrazar a ese niño interior que un día solo necesitaba sentirse seguro, querido y suficiente.
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